JOSÉ AURELIO PAZ
Parece ser que en Cuba los niños son secuestrados por sus propias familias. Esa primera oración, esencial en cualquier escrito para atrapar la atención del lector, pudiera parecer sensacionalista, pero no carente de verdad en modo absoluto. Por las razones que sean, ahora la familia cubana se acorta. Pudiera argumentarse que existe una variopinta gama de razones que pueden ir desde la estrechez económica o de vivienda, la emancipación de la mujer que no la reduce a una simple criadora de casa o el elevado número de televisores que impiden acostarse temprano… Pero somos un país que envejece a pasos agigantados.
Cierto es que no es lo mismo un dolor de cabeza a la hora de comprar un par de zapatos para la escuela que tres jaquecas juntas, cuando la hucha familiar permanece siempre en débito y el salario alcanza, apenas, para comer. No es lo mismo un pichón que cinco pidiendo alimento con el pico abierto. Para tener linaje amplio se necesita del adecuado espacio que impida promiscuidad en la convivencia, que garantice al menos, de manera austera, las necesidades fundamentales y elementales de los pequeños, pero lo que sí no tiene duda es que el país tendrá que buscar, como existen en otras partes del mundo, mecanismos sociales que estimulen el crecimiento poblacional para no terminar siendo una Isla con bastones.
Me atrevo a asegurar que más del 97 por ciento de los niños en Cuba no tienen play-station, ni ruedan sobre sofisticados patines o patinetas más allá de esa inventiva criolla conocida como «chivichana» o viven prendidos de tecnologías como la Internet para retenerlos en casa.
Juro que, la mayoría, si acaso cuenta con una mudita de ropa de salir, que se cuida como la niña de los ojos, y no poseen los camiones de vitaminas que existen en otros países ni una dieta a base de cereales con cero colesterol. Pero lo que sí puedo asegurar es que tienen una alta garantía de sobrevivir gracias a cuidadas tasas de nacimiento, no falta la escuela ni llevan armas en sus mochilas o consumen droga, no existe el trabajo forzado ni la prostitución a edades tempranas, no hay niños de la calle y, mucho menos desaparecen en cualquier esquina, fruto del secuestro para pedir rescate o alimentar el tráfico de órganos.
De manera que somos una sociedad donde se cumplen los derechos humanos fundamentales de la infancia, que exigen el derecho a un estándar de vida mínimo y decoroso, un desarrollo intelectual, físico, moral y espiritual; un sentido de libertad lejos de todo acto discriminatorio por edad, género, raza, color o religión; el derecho a una educación básica gratis y obligatoria,o la protección ante cualquier hecho que viole su integridad a través del abuso físico y mental, entre otros.
¿Habrá que preguntarle a los asiáticos cómo hacen para, a pesar de tener muchas más estrecheces de todo tipo que nosotros, convierten a la familia en su semillero de futuro?
Cuando mira uno la cara de un niño o una niña el mundo se le ilumina. El problema más grande pierde todo su valor. La pena más profunda se olvida. Nuestro Martí, más allá de su fecunda ofrenda intelectual y humana, habría sido capaz de trascender si hubiese escrito solo esa básica, por elemental, expresión de que en ellos habita la esperanza de este mundo.
Mire estas fotos que he acopiado de distintos momentos y dígame si no tengo razón. Como mismo en instante tan crucial para Cuba queriendo salir de todo anquilosamiento se necesitan nuevas estrategias y visión profunda, así mismo la familia cubana requiere de un replanteo de su proyecto de vida para que, en cada esquina, puedan continuar naciendo retoños «de un verde claro» que pongan en el corazón «un carmín encendido», al tirar el tacón de un viejo zapato sobre los cuadros numerados, mientras saltan bulliciosos, alegres, despreocupados, sin saber que son ellos, y no otros, la esperanza de esta tierra en el afán por ganar el juego.
Fuente: Invasor
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